1. Amado hijo:
El día que esté viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme.
Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide como atarme mis zapatos, tenme paciencia. Recuerda las horas que pasé
enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame.
Cuando eras pequeño para que te durmieras, tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos.
Cuando estemos reunidos y sin querer, haga mis necesidades, no te avergüences y comprende que no tengo la culpa de ello, pues ya
no puedo controlarlas. Piensa cuantas veces cuando niña te ayude y estuve pacientemente a tu lado esperando a que terminaras lo que
estabas haciendo.
No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te
inventaba para hacerte más agradable tu aseo.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo
que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona.
Acuérdate que fui yo quien te enseño tantas cosas. Comer, vestirte y como enfrentar la vida tan bien como lo haces, son producto de
mi esfuerzo y perseverancia.
Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea
necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería
era estar contigo y que me escucharas en ese momento.
Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea
necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería
era estar contigo y que me escucharas en ese momento.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Sé cuánto puedo y cuando no debo.
También comprende que con el tiempo, ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir.
Cuando mis piernas fallen por estar cansadas para andar.........dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando comenzaste
a caminar con tus débiles piernitas.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y solo quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no
tiene que ver con tu cariño o cuanto te ame.
Trata de comprender que ya no vivo sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer.
Piensa entonces que con este paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.
No te sientas triste, enojado o impotente por verme así. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a
vivir.
De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia, que te
devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti.
2. Para ti, hija mía
Hija mía, anoche cuando dormías plácidamente sentí la necesidad de observarte en tu sueño, te mirabas tan tierna
reposando en tu lecho que me fue inevitable no observarte. Allí, en la intimidad de tu alcoba tu madre contempló con
admiración tu fresco y delicado rostro, y de pronto llegó a mi mente el bello recuerdo de cuando por primera vez te
arrullé con alegría entre mis brazos...
Aún recuerdo esa inmensa alegría que en mi pecho no cabía cuando por primera vez, vi,
tu pequeño cuerpecito envuelto en una sabanita color rosado. Así, y por primera vez, tu madre te estrechó entre sus
brazos con un amor tan grande como el infinito. Te recuerdo tan pequeñita, y te mirabas tan frágil, viéndote así me
despertabas una gran ternura. Luego, tomé tus exquisitas manos entre las mías, eran tan pequeñas que se asemejaban
a las manos de una muñeca. Estreché tu diminuto cuerpecito junto al mío con gran delicadeza una y otra vez,
realmente me parecías tan delicada, y siendo tan pequeñita el palpitar de tu corazón se escuchaba tan fuerte sobre mi
pecho, ese palpitar que me hizo estremecer de emoción porque me había convertido en tu madre.
Al contemplar a mi pequeña muñeca no pude contenerme, la emoción embargó mi pecho
y lloré de alegría. Recuerdo que solía admirar hasta tu más ruidoso llanto, para mí fuiste como un encanto, ese encanto
que solo se siente al dar a luz a un hijo.
Entre felicidad, llantos y alegría, transcurrieron los años, y tuve la dicha de escuchar
tus primeras palabras, y vi con orgullo tus primeros pasos. También recuerdo que escuché
con infinita alegría tu sonrisa, esa sonrisa bella y cristalina que para mis oídos fueron como una bella melodía. Recuerdo
también cuando por primera vez te llevé al colegio y en tu pequeño rostro vi reflejado el temor, pero al mirarte
directamente a los ojos tú pudiste comprender que no había nada que temer, y allí te quedaste quietecita con tu
maestra que te sonrió dulcemente invitándote a pasar al salón de clases.
Entre juegos de niña, entre risas y llantos te vi crecer con mucho encanto.
Seguí contemplando tu sueño mientras dormías plácidamente y luego me pregunte...
¿Por qué el tiempo tuvo que transcurrir con tanta prisa?
Disfruté mucho tus años de niña y todos los años que han pasado desde que llegaste a mi vida, mi linda princesita.
Hija mía, anoche cuando dormías me di cuenta que muy pronto serás toda una mujer y la tristeza invadió mi alma
porque muy pronto te irás de mi lado para formar tu propia vida
y realizarte como mujer. Me es muy difícil de aceptar que desde que llegaste a este mundo ya han pasado más de xv
años, pero no importa, tú siempre serás mi niña, mi dulce y tierna niña, esa pequeña niña que un día llegó para invadir
de felicidad mi corazón. Esa pequeña niña que un día estreché con gran ternura entre mis brazos.
Yo siempre he tratado de ser una buena madre para ti, y espero que cuando te cases y formes tu propia familia
también trates de ser una buena madre para tus hijos. Recuerda, tu padre y yo, te hemos inculcado las buenas
costumbres para que un día hagas lo mismo con tus vástagos.
Hija mía, discúlpame si al contarte todo esto mis ojos se nublan por el llanto no deseo entristecerte, solo quería que
supieras que anoche al observarte dormir recordé de nuevo tu niñez. Recordé con gran ternura a mi pequeña niña, esa
nena linda la cual un día estreché
con admiración y ternura entre mis brazos.
¡Te quiero mucho hija mía!
Mi linda princesita.
ABRIL 30 DEL 2010
3.
4. Amado hijo:
El día que esté viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme.
Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide como atarme mis zapatos, tenme paciencia. Recuerda las horas que pasé
enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame.
Cuando eras pequeño para que te durmieras, tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos.
Cuando estemos reunidos y sin querer, haga mis necesidades, no te avergüences y comprende que no tengo la culpa de ello, pues ya
no puedo controlarlas. Piensa cuantas veces cuando niña te ayude y estuve pacientemente a tu lado esperando a que terminaras lo que
estabas haciendo.
No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te
inventaba para hacerte más agradable tu aseo.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo
que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona.
Acuérdate que fui yo quien te enseño tantas cosas. Comer, vestirte y como enfrentar la vida tan bien como lo haces, son producto de
mi esfuerzo y perseverancia.
Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea
necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería
era estar contigo y que me escucharas en ese momento.
Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea
necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería
era estar contigo y que me escucharas en ese momento.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Sé cuánto puedo y cuando no debo.
También comprende que con el tiempo, ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir.
Cuando mis piernas fallen por estar cansadas para andar.........dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando comenzaste
a caminar con tus débiles piernitas.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y solo quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no
tiene que ver con tu cariño o cuanto te ame.
Trata de comprender que ya no vivo sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer.
Piensa entonces que con este paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.
No te sientas triste, enojado o impotente por verme así. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a
vivir.
De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia, que te
devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti.